jueves, 4 de octubre de 2007

Mirar atrás

Hay veces que te pasas la vida mirando atrás. Te despides de una persona, y miras atrás para ver cómo se aleja. La contemplas mientras sonríes, exterior o interiormente. O la contemplas mientras te mueres de dolor y sufrimiento por dentro. Cuando esto último sucede, es porque hay un problema, y tú quieres una solución. Porque piensas que esa solución existe. Que es posible. Y mientras contemplas cómo esa persona se aleja de ti, piensas en que la próxima vez será diferente. Que no discutiréis. Que sólo habrá palabras de cariño, acompañadas por caricias de complicidad. Que serás feliz.

Y cada vez que miras atrás, piensas que, efectivamente, serás feliz. Pero esa felicidad nunca llega. A lo máximo que aspira es a seguir siendo un futuro de indicativo. Podría ser peor: podría ser un condicional perfecto, y que lamentaras constantemente lo que podría haber sido. Tú aún no lo sabes, pero con el tiempo terminarás lamentándolo.

Y mientras tu persona se aleja, a ti se te encoge el estómago, el corazón e incluso la vejiga. Y piensas que en el futuro será diferente. Y mientras tú fantaseas con el futuro, el tiempo presente aleja a esa persona más de ti, un paso detrás de otro. Sólo que no te das cuenta de que, con esos pasos, la persona no se aleja cada vez más por la calle. Se aleja cada vez más de vuestra relación. Pero es demasiado pronto, y tú aún no te das cuenta.

Y pasa el tiempo… Ya has visto alejarse una y otra vez a tu persona, siempre volviendo la vista atrás, siempre pensando en el futuro… y te das cuenta de que llevas demasiado tiempo pensando en ser feliz en el futuro en vez de ocuparte de ser feliz en el presente. Pero has puesto tantos pensamientos en esa persona, has puesto tantas ilusiones en ella, has mirado tantas veces atrás… que eres incapaz de asumir que has derrochado todo ese tiempo, por lo que sigues dispuesto a derrochar otro tanto. Y, entre tanto, la persona se aleja por la acera mientras tú la observas con el estómago y el corazón encogidos, y tal vez la vejiga.

Y vuelve a pasar otro tanto tiempo, y sigues con los mismos objetivos. Tienes los mismos objetivos, pero no tienes la ilusión, ni la fuerza, ni las ganas de antaño. Luchas porque necesitas agarrarte a un clavo ardiendo, pero en realidad casi has perdido la esperanza. Estás sumamente cansado, superlativamente harto e injustamente vacío. Pero piensas que, después de todo, serás feliz. Porque todo lo que has estado sufriendo, todo lo que sufres, tiene que servir para algo. Ese es tu clavo ardiendo.

Y tiempo después ya has perdido la fe, y la esperanza baila en el límite entre la existencia y la no existencia. Has adoptado una actitud pasiva. Tienes claro que tú ya no puedes hacer nada más, porque lo has hecho todo. Has quemado todos los cartuchos. Has agotado todos tus recursos. Y lo único que crees que puede hacer que seáis felices es que esa persona cambie de actitud. Y has sufrido tanto y estás tan agotado de luchar que no sabes si prefieres que cambie o que no. Ya casi te da igual.

Y un día la persona inicia un mínimo acercamiento, y vuelves a poner todas las ganas y la ilusión… casi como al principio. Pero el espejismo es efímero, y al poco tiempo te encuentras tan desesperanzado como siempre. Y con el tiempo acabas llegando a la conclusión de que esa persona no merece tu tiempo ni tus atenciones, ya que no ha sabido corresponderlas. Ya que ni una sola de las veces ha mirado atrás. Pero te queda el resquemor de que es lo mejor que has conocido, y tú, siempre pensando en el futuro, te niegas a rechazar la posibilidad de una efímera felicidad. Pero cada vez estás más cerca.

Y un tiempo después, con la esperanza colgando de una soga, tu corazón en una mano, el estómago en la otra, la vejiga incapaz de contener la presión y las lágrimas huyendo del lagrimal, te das cuenta de que aunque haya sido lo mejor que has conocido, eso no niega que pueda existir otra persona mejor. Otra persona que te haga más feliz. Una felicidad más duradera y menos hipotética. Ya no quedan esperanzas para esa persona, y no es justo negarle a tu felicidad el depositarlas en otra. Primero te lamentas por lo que no ha sido. Y luego decides cerrar la puerta.

Y después de un tiempo, lo haces: depositas tus ilusiones en una nueva persona que te aporta tanto como la antigua. Cuidas que no se propicie una situación como las vividas con la persona anterior. Procuras que no haya errores. Cada vez que os veis todo está bien, el tiempo en compañía del otro vuela… y llega el momento de despediros. Un gesto de cariño, una sonrisa, y partís en direcciones opuestas.

Y cometes un error. Miras atrás.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Tú te crees que me interesa a mí lo más mínimo las bibliotecas y bibliotecas que te tienes que leer, por mucho que estén escritas en inglés? No jodas...
Salud y Libertinaje